A sus 46 años, Luis, un exguerrillero de las Farc que se vinculó a ese grupo cuando era adolescente, sabe que ahora que entregó su arma la lucha que se avecina no es a sangre y fuego contra la Fuerza Pública sino con inteligencia y dedicación para dejar de ser analfabeta.
Luis, quien prefiere no revelar su verdadero nombre porque siente miedo, nunca ha ido a la escuela.
Nació “en algún lugar de Córdoba”, un departamento en el norte de Colombia en donde reside su familia, a la que dejó atrás cuando tenía 17 años para vincularse a la guerrilla y a la que todavía no ha contactado para decirle que está vivo porque teme que la guerra quiera tomar venganza.
La pobreza hizo que estudiar fuera una utopía y lo llevó a alzarse en armas.
“No fue fácil. Se equivoca la gente que piensa que nosotros combatimos por gusto. En realidad nadie quiere morir de un balazo, aguantar hambre y tener siempre miedo a que haya un bombardeo, pero es que a veces las opciones se reducen a estar así o a no tener nada”, dijo Luis a Efe.
Aunque de mirada dura y piel curtida por el sol que soportó durante las interminables caminatas cuando aún el conflicto entre las Farc y el Gobierno estaba en su apogeo, este hombre se desmorona un poco cuando asegura que le duele que la sociedad crea que los hoy excombatientes no tienen sentimientos.
“Yo tengo familia y la amo y me gustaría decirles que vinieran y que mis camaradas los vieran y supieran que no estoy solo, pero a pesar de que ya se firmó la paz todavía no hay condiciones de seguridad para hacer eso”, sostuvo.
Por ello, prefiere esperar y que cuando por fin se produzca el tan anhelado reencuentro sus allegados se lleven la sorpresa de que Luis aprendió a leer y a escribir porque esa, indicó, es su “siguiente batalla”.
“Desde que nos desmovilizamos he tenido tiempo para pensar que lo primero que tengo que hacer es validar la primaria, luego el bachillerato y finalmente ir a la universidad, porque me gustaría ser un ingeniero de sistemas”, manifestó.
La actitud de Luis cambia cuando habla del futuro y poco a poco la rudeza le da espacio a las sonrisas y la ilusión.
Pero, la tristeza vuelve al recordar que no son solo los exguerrilleros quienes se vieron en la necesidad de formar parte de la lucha.
“Pienso que los soldados son nuestros hermanos y, aunque no parezca, yo sentía dolor de tener que enfrentarlos porque muchos de ellos son pobres como yo, analfabetas como yo, y les tocó unirse al Ejército para poder tener algo en la vida”, analizó Luis.
Por ello, ahora que ya se completó el desarme de las Farc y que las 26 zonas veredales transitorias de normalización (ZVTN) en las que los guerrilleros se desmovilizaron se van a transformar en “Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación”, este excombatiente considera que pronto podrá cumplir su sueño de estudiar.
Lo mismo opina Albeiro Sánchez, otro “camarada” del frente 59 de las Farc presente en Pondores, un pequeño poblado del sur del departamento de La Guajira, en la frontera con Venezuela, de donde este martes salió el último contenedor con arsenal entregado por el movimiento insurgente.
La meta que se puso Albeiro es la de ser agrónomo y poder asentarse en algún lugar de Colombia en donde pueda trabajar la tierra.
“Después de estar nueve años en la guerrilla quiero convertirme en alguien que sea productivo para la sociedad. Creo que todos los excombatientes tenemos que pagar esa deuda y a su vez el Estado debe ofrecernos las oportunidades que antes nos negó y que fueron el motivo de toda esta confrontación”, criticó.
Así, Luis, Albeiro y los otros 7.000 guerrilleros de las FARC que se acogieron al acuerdo de paz que se firmó en noviembre pasado saben que si bien ayer empuñaron un arma para sobrevivir hoy deben tomar con firmeza un lápiz y un cuaderno para ganarle la guerra al analfabetismo.