En una finca del municipio de Toro, en Colombia, 20 adultos mayores que pasaron los mejores años de su vida como guerrilleros de las Farc encontraron en el campo una forma de cambiar su vida y reincorporarse a la sociedad.
Ellos, que se desmovilizaron y entregaron sus armas al Estado antes de que el Gobierno y las Farc firmaran el acuerdo de paz que tiene a esa guerrilla convertida en partido político, consideran que esta es la mejor oportunidad que han tenido en sus vidas.
Así lo expresa Lubidia Muñoz, una curtida mujer que hace más de tres años decidió acogerse al programa del Gobierno para desmovilizados que ofrece educación, salud y formación académica y técnica para comenzar un proyecto productivo sostenible que le permita ganarse la vida.
Con voz queda, la mujer asegura a Efe que una de las situaciones más difíciles que le tocó vivir durante los 27 años que estuvo en las FARC fue el hecho de no tener cerca a su familia, compuesta por tres hijos que ahora tienen 24, 28 y 29 años.
En la finca donde reciben capacitación en Toro, localidad 170 kilómetros al norte de Cali, capital del departamento del Valle del Cauca, Muñoz lamenta que las que llama “fechas especiales” como los cumpleaños y las navidades en la guerrilla sencillamente “no existieron”.
También recuerda que en su vida por fuera de la ley le tocó, además de aguantar muchas veces fríos indescriptibles, “ver cosas desagradables” de las que prefiere no entrar en detalles.
Muñoz, quien se incorporó a la vida legal luego de ser capturada por el Ejército, ve que desde que ingresó al programa para desmovilizados su vida “ha tenido un gran cambio” que se refleja en su entorno familiar.
Agrega que por medio de capacitaciones ha adquirido conocimientos que le permitirán desarrollar mejores cultivos de frutas, hortalizas y legumbres, reporta Efe.
Del proceso de paz asegura que lo ve “con gran madurez” y lo más importante es que se ha demostrado que “sí se puede llegar a un acuerdo y que se puede vivir sin armas, sin guerra, sin lucha, sin muerte y sin sangre”.
Otro de los beneficiados del programa gubernamental es Pablo Campos, un hombre entrado en años que estuvo más de 30 en las FARC y que ahora busca rehacer su vida y tener una base económica que le permita pasar, como él mismo dice, sus “últimos días” sin ser una carga para su familia, la misma que casi no vio por cerca de tres décadas.
“Nunca antes había tenido esta oportunidad”, dice en medio del llanto al recordar que durante ese tiempo perdió a muchos seres queridos por “estar en el monte” como guerrillero.
Lo más significativo que le sucedió a este desmovilizado fue reencontrarse con toda su familia, regresar al pueblo en donde nació y volver a ver a su madre, quien falleció hace un año.