Es la octava entrega y, si los fan de Star Wars creían que lo habían visto todo, están más que equivocados. La intensidad y la tensión crecen aún más en la octava entrega, “The Last Jedi”, donde todo se prepara para la explosión final en el cierre de la historia que ideó George Lucas.
Eso será en 2019 y, mientras, seguirán estrenándose los “spin-off” y habrá hasta una nueva trilogía, pero no contará con Han Solo ni con la princesa Leia, que hace su última aparición en “The Last Jedi” debido a la prematura muerte de Carrie Fisher.
Leia y Luke, con Chewbacca, R2D2, C3PO y el espíritu de Han Solo, dan a esta nueva película el alma que Lucas concibió para una historia que en aquel lejano 1977, cuando se estrenó la primera, nadie pensaba que iba a convertirse en el fenómeno que fue, es y será.
En “The Last Jedi”, y ya con el peso de los años, Mark Hamill y Carrie Fisher aportan ese alma a la historia, mientras que Daisy Ridley (Rey) y Adam Driver (Kylo Ren) se ocupan de la energía, la fuerza y el espectáculo, si bien tan diferentes de los personajes originales que apenas necesitan entrenamiento para desarrollar toda la fuerza.
Lejos quedan los momentos de meditación de los Jedi antes de pasar a la acción de sus espadas láser y ahora dominan las escenas en las que la ira y la fuerza, pero bruta, toma la dinámica de las peleas cuerpo a cuerpo, tan coreográficas antaño y hoy próximas al videojuego.
Lo mejor, la química entre Ridley y Driver, que queda más que probada en una relación que se explora en profundidad en esta película, pero que aún deja mucho por saber para el futuro.
Y ese es un elemento definidor del filme dirigido por Rian Johnson, que apunta muchas cosas, deja entrever muchas más y, sobre todo, prepara el terreno para dejar al espectador con ganas de saberlo todo.
Pero eso se quedará para el final de la trilogía. Porque, aunque en esta entrega se cierran algunas historias, quedan muchas más abiertas, con personajes que se van definiendo pero que tienen aún mucho que decir.
Una historia llena además de humor, aportado sobre todo por Oscar Isaac (Poe) o Benicio del Toro (DJ), sin olvidar la ternura del que tiene el aspecto más fiero, ese Chewbacca que hace añorar la ironía de Han Solo.
También divierten con pequeños detalles las numerosas criaturas que pueblan el universo galáctico. Desde los guardianes de la historia Jedi a los pequeños pajarillos que rodean al gigante Chewie.
Todos ellos contribuyen a aumentar la diversión y el espectáculo, junto con el precioso juego de colores, con unos rojos, blancos y negros que van delimitando el alma de los personajes.
Así como unas batallas espectaculares que recuperan el espíritu de la trilogía original, tal vez lo mejor de la cinta, ante la ausencia de historias paralelas potentes.
En el lado negativo, que dos horas y media es mucho, aunque se trate de Star Wars, y que los malos, más allá de Kylo Ren, se quedan un tanto desdibujados en la historia escrita por Johnson; de hecho, toda una nación de Sith ha quedado reducida a un único Líder Supremo, el alienígena Snoke.
Además ni Ren es Darth Vader ni Snoke es el emperador; pero tampoco son lo que eran Skywalker ni Leia. Ni siquiera Yoda, que acude para “espabilar” a un Luke aislado y triste.
Tampoco la narración tiene en todo momento la intensidad que justificaría ese largo metraje, con altibajos que para los seguidores más fieles servirán para respirar y prepararse para lo que está por llegar.
Aunque en realidad lo que esperan es el definitivo final de la historia de Skywalker. La saga galáctica continuará, pero no con la línea de tiempo y familiar que concibió George Lucas.
“The Last Jedi” es como un aperitivo, que deja ganas de más y que sigue sin responder a algunas de las cuestiones que ya planteaba “The Force Awakens”, informa Efe.
¿Cuáles? Eso se queda para las salas de cine.