“Levanto una blanca bandera de paz para ofrecerla a todos mis compatriotas”, con esa frase empezó en 1982 su mandato Belisario Betancur, un colombiano que aspiraba a poeta y que soñó con la reconciliación nacional pero al que el destino le reservó como presidente la semana más trágica en la historia de su país.
Betancur falleció hoy en Bogotá a los 95 años de edad, la mayor parte de ellos dedicados a la política, el periodismo y la cultura, esta última su gran pasión.
Nacido el 4 de febrero de 1923 en Amagá, municipio minero del departamento de Antioquia, Betancur, del Partido Conservador, siempre se sintió orgulloso de su origen humilde, aún en los tiempos como presidente (1982-1986).
Como muchos campesinos de su tierra acudió a la escuela en la aldea de El Morro de la Paila y luego consiguió una beca en el Seminario de Misiones de Yarumal.
Se graduó de bachiller en 1941 y de doctor en Derecho y Economía en 1947, con la tesis “El orden público económico”, de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.
Años después recibió el grado de Doctor honoris causa en Humanidades de las Universidades de Colorado y Georgetown (EE.UU).
Poco hacía pensar que este hijo de una numerosa familia, que recibió su nombre en honor de un general del emperador Justiniano, pudiera labrar un camino que le llevaría a la Casa de Nariño, sede presidencial.
En 1945 contrajo matrimonio con Rosa Helena Álvarez con quien tuvo tres hijos, Beatriz, Diego y María Clara.
En el mismo año comenzó su carrera política como diputado a la Asamblea de Antioquia (1945-1947) y posteriormente fue miembro de la Cámara de Representantes.
Su primer cargo de Gobierno lo ocupó en 1960, cuando fue ministro de Educación bajo la Presidencia del liberal Alberto Lleras Camargo, y también fue titular de Trabajo de 1962 a 1963 con el conservador Guillermo León Valencia.
En el periodo 1975-1977 vivió uno de los grandes hitos de su vida al ser enviado como embajador a España, un país con el que creó un vínculo especial que duró hasta su muerte y en el que tuvo ocasión de ver de primera mano el comienzo de La Transición a la democracia.
A su regreso a Colombia fue candidato a la Presidencia, aspiración que había intentado sin éxito en 1970, pero en esta ocasión fue elegido, el 30 de mayo de 1982, con 3,1 millones de votos.
En la campaña exhibió su carisma con un tono personalista que hizo que los medios de su tiempo le consideraran un populista.
Bajo el eslogan de “Sí, se puede”, en cuyo uso se adelantó casi 30 años a Barack Obama, Betancur cumplió su sueño con una campaña en la que se comprometió a buscar la paz con los diferentes grupos guerrilleros, combatir la desigualdad y mejorar la educación.
“Tiendo mi mano a los alzados en armas para que se incorporen al ejercicio pleno de sus derechos, en el amplio marco de la decisión que tomen las Cámaras”, le dijo a los guerrilleros en su investidura.
Ellos escucharon y comenzó a negociar con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento 19 de Abril (M-19), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la Autodefensa Obrera (ADO).
Como premio a su esfuerzo recibió un año después el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Sin embargo, su plan comenzó a torcerse entre el 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando un comando del M-19 tomó el Palacio de Justicia en el corazón de Bogotá y el Ejército lo retomó a sangre y fuego, con un saldo de 94 muertos, decenas de heridos y once desaparecidos.
El país no acababa de contar los muertos del Palacio de Justicia cuando una semana después, el 13 de noviembre, hizo erupción el volcán Nevado del Ruiz, provocando un alud que arrasó la ciudad de Armero dejando cerca de 25.000 muertos, en lo que es la peor tragedia natural de Colombia.
Esa semana negra y la renuncia a organizar el Mundial de fútbol de 1986 ha hecho que el juicio de muchos colombianos con Betancur sea inmisericorde, ya que lo acusan por la violenta retoma del Palacio de Justicia y de no haber preparado a Armero ante la posibilidad de que se produjera una catástrofe.
Esa imagen ha dejado en el olvido buena parte de su labor de Gobierno, como su empeño en conseguir la paz y el programa de alfabetización “Camina”, con el que una legión de jóvenes estudiantes recorrió el país enseñando a leer y escribir a los más desfavorecidos.
Al concluir su mandato Betancur se retiró de la política y se dedicó de lleno a la cultura, especialmente a la poesía, y como presidente de la Fundación Santillana y del patronato de la Fundación Carolina en Colombia, informa Efe.
Ahora y tras su muerte vuelven a recordar sus palabras: “No quiero honores sino honrar a Colombia. No quiero pompas sino identidad con mi pueblo”.
Este es el discurso que dio Betancur durante la Toma del Palacio de Justicia: