Extraña combinación de felicidad y tristeza

FREDDY SERRANO DÍAZ
FREDDY SERRANO DÍAZ

Por: FREDDY SERRANO DÍAZ

Visité el departamento del Vichada para dar respuesta a lo que en campaña preguntó Rodolfo Hernandez y a muchos más le he escuchado: ¿qué es, dónde queda eso?.

Pues bien, encontré en el Vichada un lugar majestuoso, multicolor, diferente, auténtico, lejos de todo y muy cerca de ser el paraíso, a la vez un cuestionable escenario de mala administración y desidia que raya en la ilegalidad.

Su suelo escarlata, su cielo azul intenso, el verdor de sus sabanas infinitas, su gente amable y cordial, contrastan con el panorama desolador propio de la ausencia institucional que es evidente en edificios abandonados, calles en mal estado, falta de cubrimiento en lo esencial y carencia de planes para optimizar el anhelado desarrollo.

Mi viaje no se limitó a ver el paisaje, a respetar el hábitat de especies en vías de extinción o a probar los manjares cocinados con esmero por autodidactas, también pregunté en las calles: ¿de que vive la gente?, ¿qué quieren los lugareños y por qué se quejan?.

Paradójicamente hablé con muchas personas pero en especial con JORGE ENRIQUE ORJUELA, un veedor ciudadano local, conocido por muchos como “el panadero”, denunciante de irregularidades y a quien horas después de contarme parte de su historia, incluyendo amenazas, fue victima de un atentado del que salió gravemente herido.

Es increíble que la magia del lugar se manche por malas prácticas politiqueras, por acciones vandálicas y que presumiblemente quieren callar a los que con denuncias cuentan lo que pasa, es imperdonable que estos hechos queden impunes con el argumento según el cual, la distancia lo complica todo.

Regresé a casa feliz por saber que mi país tiene tesoros como el
Vichada, triste por que es imposible que un denunciante no tenga protección del estado y por que en territorios distantes la comunidad lleve más de un año sin alimentación escolar mientras la gobernacion, compró tabletas descontinuadas, sin conectividad, treinta veces más costosas que su valor comercial.

Quiero volver al Vichada, disfrutar del calor de su gente, promover un destino excepcional, pero me duele que en medio de la desesperanza, la politiquería y la violencia sigan impunes.

“El Vichada es maravilloso y necesita dolientes en Bogotá”.