A primera vista parece un caserío más de la región caribe colombiana, con guirnaldas navideñas que cuelgan de árboles y casas, y al fondo se escucha música vallenata, pero este asentamiento tiene de especial que está poblado por antiguos guerrilleros de las FARC y sus familias.
Los miembros de las FARC, ahora partido político, dieron el nombre de Tierra Grata a este lugar que fue una de las 26 zonas veredales en las que se concentraron antes de dejar las armas gracias al acuerdo de paz, y que funciona como Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR).
Situado en lo alto de una colina en la aldea de San José de Oriente, que a su vez hace parte del municipio de La Paz, en el departamento del Cesar, Tierra Grata alberga en sus casas de paredes blancas y techos rojos a 164 exguerrilleros, muchos de ellos con familia, que aspiran a convertir el lugar en un pueblo.
“Queremos que esto se constituya como un pueblo, y la mentalidad de todos nosotros es quedarnos aquí, construir, cultivar y generar como un nuevo ambiente para todos nosotros”, dice a Efe Óscar Alberto Guerrero, de 42 años, 29 de los cuales estuvo en Frente 29 de las FARC, que operaba en la región de la Sierra Nevada de Santa Marta.
De cualquier punto del caserío de los exguerrilleros se tiene una vista inigualable de la Sierra, con sus nieves perpetuas, y de Valledupar, capital del Cesar, que está a unos 40 minutos por carretera.
Como cualquier pueblo, Tierra Grata tiene una pequeña tienda, un emprendimiento comunitario administrado por Guerrero, en un local que es uno de los puntos de encuentro de sus habitantes, de miembros del Gobierno y técnicos que visitan el lugar, como lo hizo este sábado el alto comisionado de Paz, Rodrigo Rivera.
Otro lugar frecuentado es un espacio de recreación que cuenta con tres mesas de billar y dos pequeñas canchas de tejo, un deporte colombiano que consiste en hacer estallar unas mechas de pólvora con un disco metálico lanzado a la distancia, así como una gallera en las que se programas riñas los fines de semana, y en donde reina la música vallenata.
El antiguo campamento guerrillero, de calles polvorientas y al que se accede por una angosta carretera en mal estado, cuenta con electricidad, zonas de lavandería, baños y duchas comunes, así como antenas para televisión por satélite, pero no tiene agua corriente, una de las quejas recurrentes.
“Aquí en esta zona en particular no hay agua, el Gobierno no ha bajado el agua”, reclama Guerrero, quien afirma que se surten de la que les llevan los bomberos de La Paz, “pero como la vía a veces está mala, cuando llueve son dos, tres días que pasamos sin agua”, afirma.
Según dice, eso “no es suficiente porque traen dos viajecitos de agua en el día” y se necesita más para poder cultivar o criar marranos, el sueño de muchos.
Por ahora, en unos pequeños huertos afuera de las casas, algunos han sembrado yuca, tomate, cilantro o cebolla, que crecen al lado de flores.
“Unas de las cosas que nosotros necesitamos es tierra porque nosotros lo que sabemos es trabajar, sabemos es cultivar y no hemos podido porque el Gobierno no nos ha dado tierra”, agrega Guerrero, quien sin embargo reconoce que la paz les ha traído muchos beneficios.
Afirma que hay “cosas fundamentales, como la tranquilidad” que no conoció en su vida como guerrillero, y que la paz también “ha servido para el encuentro con las familias y para la integración con la gente, con las comunidades”.
Una opinión similar expresa Cristóbal López, quien después de pasar 26 años en las FARC, considera que hay dificultades, “pero se siente uno mejor acá”.
“Además uno cuando se fue para allá (la guerrilla) fue buscando también una solución de no vivir metido en el monte sino que uno pudiera relacionarse con la gente, que le dieran tierra, vivienda para uno trabajar”, añade.
López, padre de Yaraise, una niña de ocho años, cuenta que de lo mejor que le ha pasado con la paz es poder reencontrarse con sus padres, ya ancianos.
“Tenía, 25 años, 27 años que no veía a mi mamá ni a mi papá, pero ya ahorita sí me he podido ‘intercambiar’ con ellos, me he encontrado con ellos”, afirma.
El exguerrillero agrega: “ellos están felices y contentos de que uno todavía siga con vida y con ganas de seguir hacia adelante para ayudarlos a ellos en su edad que tienen, que necesitan más de uno que uno de ellos”.
Asomado en el mostrador de la tienda, Óscar Guerrero también recuerda que en las FARC estuvo muchas veces a punto de morir en combates con el Ejército, pero ahora está contento con la paz, aunque siente que el Gobierno no les ha cumplido todo lo pactado, informa Efe.
“Hubiésemos querido que todo fuera felicidad pero desafortunadamente no lo es porque falta mucha cosa”, concluye.