La Isla Furtada, que forma parte del municipio de Mangaratiba, perteneciente a la región de la Costa Verde, en Río de Janeiro, está ubicada a no más de ocho kilómetros del continente. En medio del itinerario turístico de la Bahía de Angra dos Reis, un paraíso de aguas verdes, este pedazo de tierra también tiene su atractivo, pero en este caso mucho más emparentado con el misterio que con la belleza natural.
Según los relatos de los historiadores regionales, una familia intentó instalarse en Isla Furtada a fines de la década de 1940. Sin embargo, problemas logísticos hicieron que estas personas abandonaran el terreno poco tiempo después. Sin lograr adaptarse, la familia regresó al continente, para vivir en Río de Janeiro. Pero los gatos que llevaban con ellos se quedaron allí, atrapados en medio del mar, sin tener hacia donde escapar.
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Con el paso de los años, lo que en principio era una reducida familia de gatos comenzó a multiplicarse a toda velocidad. Pero lo que llamó la atención entre quienes pasaban periódicamente por la isla era el comportamiento y el tamaño de los gatos, mucho más salvajes y más grandes que los que solemos conocer como dóciles mascotas.
En 2012, la población de gatos en Isla Furtada estaba estimada en 250 animales. Nueve años después, la Subsecretaría de Protección y Bienestar Animal del Estado de Río de Janeiro (Supan RJ) calculó que actualmente residen en el terreno unos 750 gatos.
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Se trata de un número aproximado, ya que por las características del lugar y de los animales es imposible realizar un conteo exacto. El área de la ahora conocida como “Isla de los Gatos” tiene poco más de cinco kilómetros de circunferencia; no posee playa, solo rocas y una frondosa selva.
Pero lo que a simple vista parece ser una historia curiosa, y hasta simpática, en realidad es parte de una pesadilla para la Supan, las organizaciones ambientales de la región, el municipio y el gobierno del estado.
Es que la Isla de los Gatos se convirtió en un peligroso punto de descarte de animales. En tiempos de pandemia, para reducir gastos, por haber perdido espacio en sus hogares o por pura crueldad, las personas están viajando hacia la Isla Furtada para abandonar allí a sus mascotas.
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La integración de los dóciles animales suele ser traumática, ya que se encuentran con felinos salvajes, la comida escasea y casi no hay agua apta para ser bebida. “Aunque parezca difícil de entender, en esa isla no hay agua, no hay comida suficiente y casi ningún humano se acerca demasiado, por puro miedo. Los que intentamos ayudar sabemos muy bien sobre todas esas dificultades y las maldades que se están viendo por allí, sobre todo en tiempos de pandemia”, explica la veterinaria Joyce Puchalski, que coordina Corazón Animal, un grupo de voluntarios que actúa en la isla.
En algunos puntos estratégicos del terreno, Puchalski y otros protectores de animales improvisaron refugios y comederos. También dejaron recipientes para captar agua de lluvia, la única que los gatos pueden beber. En sus últimas visitas tuvieron otra conquista: montaron casitas para que los felinos puedan resguardarse durante las frías, húmedas y ventosas noches de invierno en la Bahía de Angra dos Reis.
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“La Isla de los Gatos se convirtió en un problema para el municipio”, alerta Sandra Castelo Branco, secretaria de Salud de Mangaratiba, quien ya visitó algunas veces el lugar. “El crecimiento desproporcionado de la población de gatos allí es muy preocupante. Hemos implementado campañas de castración, pero estos animales no son fáciles de capturar y, sobre todo, no contamos con la colaboración de las personas, que siguen abandonando allí sus mascotas, lo que nos dificulta cualquier tipo de control”, agrega.
Uno de los principales problemas de la superpoblación de gatos es el desequilibrio que eso causa a la fauna local. Diferentes especies de roedores (cutias, capibaras, pacas), lagartos y aves migratorias suelen compartir espacio con los felinos. El inconveniente principal es que los gatos suelen devorar los huevos y las crías de los pájaros; por su parte, los lagartos se comen a los gatos más pequeños. “Es un desajuste para la cadena alimenticia, no es algo común en la naturaleza ni dentro del ecosistema de la isla. Sobre todo, porque sabemos que los gatos nunca debieron estar allí”, advierte Viviane Costa, veterinaria de la Supan. Anadolu