En las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta campesinos colombianos que fueron desplazados por la violencia han empezado a rehacer sus vidas con un proyecto dulce, la producción de miel de abejas de calidad superior que sueñan con exportar.
La miel es junto con el café uno de los productos en los que cifran sus esperanzas de paz y progreso los habitantes de La Secreta, una comunidad perdida en las montañas del norte del país a la que se llega por una trocha estrecha y sinuosa y que en los años noventa sufrió, como muchas otras, la violencia paramilitar.
“Esa miel, por la característica de la vegetación, es una miel orgánica que no tiene influencia de contaminantes, de combustibles, de insecticidas, lo que genera un valor agregado”, dijo a Efe sobre las bondades del producto el director territorial de la gubernamental Unidad de Restitución de Tierras (URT), Rodrigo Torres.
Esa apreciación la comparte el experto Alfonso Franky, instructor del programa de apicultura de La Secreta, que tiene el apoyo de Naciones Unidas, y quien considera que la gente puede comprar miel producida en las faldas de la Sierra Nevada “con la garantía que es un cosa pura donde no hay contaminantes”.
Mientras extrae panales rebosantes de miel de un apiario situado bajo la vegetación frondosa en una ladera de difícil acceso, Franky explica que el entorno de la Sierra Nevada ofrece unas magníficas condiciones para la apicultura porque el aire de la zona es puro por ser un lugar remoto y, además, la vegetación produce el alimento que las abejas necesitan.
“Este es el éxito que tiene este proyecto, que la Sierra da esto, los árboles dan esto, no hay que traer insumos para que produzcan la miel”, afirma.
La tragedia de La Secreta comenzó el 12 de octubre de 1998 cuando más de 50 paramilitares armados llegaron a la zona y, lista en mano, separaron a diez personas que fueron torturadas y asesinadas, lo que forzó al resto de vecinos a abandonar todo para buscar refugio en las cercanas ciudades de Ciénaga y Santa Marta, en el departamento caribeño de Magdalena.
Gleidys Ríos García, que nació y creció en La Secreta, recuerda que los problemas empezaron en los años 80 con la “bonanza de la marihuana” en las faldas de la Sierra Nevada, y luego llegaron los grupos guerrilleros, y detrás de ellos “entraron los paracos” asesinando a quienes creían que apoyaban a los rebeldes.
“Ahí toda la vereda (aldea) nos fuimos en el año 98, esto quedó, como dicen por ahí, que los perros aullaban”, afirmó Ríos a Efe.
Seis años después, cansados de peregrinar por tierras que no eran suyas, los campesinos comenzaron a regresar a La Secreta y en 2012 empezaron a recibir asistencia de la Unidad de Restitución de Tierras para que iniciaran programas productivos de café, frutales, ganado y apicultura.
“Cuando los paracos se desmovilizaron aquí en el 2006 (…) nos vinimos, empezamos entonces a entrar, y encontramos todo esto acabado porque el café (cultivado), todo se perdió”, recuerda.
Con la repoblación de La Secreta y los programas productivos, a los que se suma la titulación de tierras, sus habitantes sueñan con mejorar sus condiciones de vida, marcadas por la pobreza extrema.
“Estas personas se han agrupado en diferentes asociaciones; en el caso de la apicultura son alrededor de 36 familias (que tienen) unos 10 apiarios con 30 colmenas que están produciendo anualmente unos 90 kilos de miel de excelente calidad”, asegura a Efe el director territorial de la URT.
Por ahora la miel se comercializa en un centro de acopio situado en los primeros metros de la trocha que conduce montaña arriba a La Secreta, pero “la idea es exportarla a diferentes países donde hoy están exportando lo del cultivo del café”, dice Torres.
Esos países son Canadá, Estados Unidos, Japón, Bélgica y Australia, a los que ha empezado a llegar el café orgánico que campesinos de La Secreta producen bajo la marca Kuali.
Llevar el fruto de su trabajo a otros lugares del mundo es una de las aspiraciones de los habitantes de La Secreta, la otra es que les construyan una vía de acceso decente para poder sacar sus productos a la venta porque hacerlo por la trocha actual es toda una odisea, informa Efe.
“En esta época de verano se nos facilita un poco pero en épocas de invierno se dificulta el acceso y por ende la sacada de los productos genera unos altos costos en materia de comercialización”, reconoce Torres.