Este protocolo marca el comienzo de una nueva etapa, con un líder espiritual dispuesto a enfrentar los desafíos de su tiempo.
Cuando fallece un papa, se activa un protocolo que perdura a lo largo de los siglos y que, aunque podría tener algunas modificaciones, mantiene su esencia para garantizar una transición ordenada en la Santa Sede.
El deceso del sumo pontífice marca el inicio de un período de duelo en la iglesia católica a nivel mundial. Este proceso, cuidadosamente estructurado, tiene como objetivo asegurar la estabilidad y continuidad del liderazgo espiritual de la iglesia, al tiempo que da paso a la elección de un nuevo papa.
El primer paso es la verificación oficial del fallecimiento. El cardenal Camarlengo golpea suavemente la frente del pontífice con un martillo de plata, pronunciando su nombre de bautismo tres veces. Si no hay respuesta, se declara formalmente su muerte. Con esta confirmación, el colegio Cardenalicio y el mundo entero son informados de la partida del Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro.
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Como símbolo de la finalización de su pontificado, el anillo del pescador, emblema de su autoridad, es destruido para evitar falsificaciones. A partir de este momento, la iglesia entra en un período de sede vacante, durante el cual la administración del Vaticano queda bajo la responsabilidad de la Cámara Apostólica, garantizando la estabilidad hasta la elección de un nuevo Papa.
A partir de su muerte, comienza un luto oficial de nueve días, durante los cuales se celebran misas y ceremonias que permiten a fieles y líderes mundiales rendir su homenaje. El cuerpo embalsamado del papa es expuesto en la Basílica de San Pedro antes de ser sepultado en el lugar que él mismo pudo haber seleccionado según sus deseos.
El proceso de sucesión no se detiene: se convoca al Cónclave, una reunión a la que solo pueden asistir los cardenales menores de 80 años, quienes tienen el derecho de votar. La elección se realiza en absoluto secreto en la Capilla Sixtina, y el resultado se comunica al mundo a través del humo de la chimenea del Vaticano: negro, si no hay elección; blanco, cuando se ha elegido al nuevo Papa.
Una vez elegido, el nuevo Pontífice acepta el nombramiento, elige su nombre y es presentado desde el balcón de la Basílica de San Pedro con la histórica proclamación: “Habemus Papam”.
Este protocolo, que refleja la tradición y la solemnidad de la Iglesia católica, marca el comienzo de una nueva etapa, con un líder espiritual dispuesto a enfrentar los desafíos de su tiempo y guiar a millones de fieles en todo el mundo. Cada transición papal, cargada de historia, simboliza la continuidad y el peso de la tradición en la Iglesia.